Los jefes de la fiat han decidido marcharse, tras la fusión con
Chrysler, que consolida al grupo como el septimo contructor de
automoviles y ante una oportunidad así nadie esperaba que los dueños del
dinero dudaran en quebrar una historia que empezó a escribirse en 1899
con el nacimiento de la Fabrica Italiana Automobili Torino o
agradecieran al Estados italianos los cuartos que ha venido gastándose
en los últimos años para apuntalar las ruinosas.
El problema más grave,
por tanto, no es que ahora la Fiat pase a llamarse CAP ni siquiera que,
por el camino, se ahorre un buen puñado de impuestos al estilo de las
grandes firmas tecnológicas. lo más preocupante es que, en vez de
representar la pujanza, la innovación, el gusto y hasta el atrevimiento
de un país ahora dispuesto a comerse el mundo, haya pasado a ser el
símbolo de un entramado industrial en constante liquidación. La mudanza
de la Fiat, además de un aguijonazo al orgullo patrio, ha situado a los
italianos frente a un espejo que les devuelve una imagen terrible.