lunes, 27 de enero de 2014

Lo que querían silenciar, de repente de convirtió en un disparador para conseguir legitimidad. Entonces lo tuvieron que propalar. Así se paró la Junta militar ante el rock argentino durante la guerra de Malvinas, su último arrebato por perpetuarse en el poder que terminó en otra masacre.

Con la idea de congeniar con los jóvenes, los censores se replegaron y les dieron aire a los artistas que hasta ayer nomás miraban con desconfianza. Todas estas circunstancias hicieron que nuestro rock floreciera, mientras el gobierno de facto se erosionaba y las elecciones democráticas se consolidaban como única salida. Pero a pesar de que así se lee como una historia con final feliz, lo cierto es que ésta tuvo todo tipos de matices.

Si bien llegó con un sedimento intolerable de sangre y dolor, 1983 resultó un año clave para el rock nacional. Porque durante su desarrollo se alumbraron obras que resultaron trampolín y, sobre todo, fundamentales para entender la transición del oscurantismo de vivir bajo el imperio de un gobierno de facto al éxtasis del despertar democrático con la asunción de Raúl Ricardo Alfonsín.

En el medio, vale insistir, estuvo Malvinas y su controversial paradoja: mientras miles de pibes perdían la vida en combate desigual, los militares generaban las condiciones para que la música joven se sobrepusiera a la anglo. a decir verdad, la decisión de cooptar al rock vernáculo era parte de un plan que se había iniciado tiempo atrás, más precisamente en el comienzo de la década de 1980, y se había cristalizado en la realización del festival de "Prima Rock" en los bosques de Ezeiza, en septiembre de 1981.